28 de diciembre de 2013

Coronel Percy Fawcett: En busca de la ciudad perdida de “Z” (Dic 2013)

Coronel Percy Fawcett
Pronto estrenará la película “La ciudad perdida de Z” (James Gray 2016), basada en el libro de no ficción de David Grann y que protagonizan Charlie Hunnam (en el papel de Fawcett, que en un principio iban a realizar Brad Pitt o Cumberland, quienes más tarde rechazaron el proyecto, quedando sí como productor del mismo Pitt) y Robert Pattinson. En 1925 el explorador británico, coronel Percy Fawcett (1867-1925), se aventuró en el Amazonas junto con su grupo en busca de una antigua civilización, cuya existencia los europeos llevaban siglos intentando demostrar, y que llamó la ciudad “Z”, sin encontrarla. En su búsqueda habían fallecido cientos de personas y con su iniciativa, Fawcett quería hacer uno de los descubrimientos más importantes de la historia y esperaba tener éxito allí donde tantos otros habían fracasado. Sin embargo, la expedición desapareció en la profundidad de la selva, y nunca más se volvió a saber de ellos. Hasta ahora, ninguna de las expediciones que han seguido los pasos de Fawcett ha conseguido hallar la escurridiza ciudad perdida. ¿Pero quién era Percy Fawcett? ¿Qué fue de él?
Coronel Percy Fawcett
El origen. El coronel Percy Fawcett protagoniza el enigma de una de las desapariciones más misteriosas en la historia de las exploraciones tras las míticas ciudades perdidas. Salió en busca de un misterio y acabó convertido en uno de los enigmas más célebres de la historia de las exploraciones cuando intentaba descubrir en las selvas del interior de Brasil una ciudad perdida perteneciente a una civilización primordial, relacionada con la Atlántida, a la que llamó “Z”. Percival Harrison Fawcett nació el 18 de agosto de 1867 en Torquay (Devon, Inglaterra) y estudió en Newton Abbot, donde a pesar de los castigos, no consiguieron cambiar su carácter, según sus propias palabras muy reservado. En 1886, a la edad de 19 años se graduó como oficial en la Royal Artillery y pasó su primera juventud en la guarnición de Trincomalee, Ceilán, donde conoció a su futura esposa, cuyo padre era juez de distrito en Galle. A principios de los años noventa regresó a Inglaterra para seguir un curso superior de instrucción de artillería en Shoeburyness. A continuación siguió una estancia en Falmouth y, en enero de 1901 se casa con Nina Paterson. Fawcett fue enviado al Norte de África, donde realizó misiones para el Servicio Secreto Británico, para luego pasar una temporada en Malta, donde gracias a la competente ayuda de su esposa aprendió el arte de la topografía. El matrimonio regresó a Oriente en 1902 y, tras una breve etapa en Hong Kong, se estableció de nuevo en Ceilán, donde en 1903 nació su primer hijo. La familia abandonó la isla en 1904 camino de Irlanda. Pero la vida de Fawcett cambiaría definitivamente en 1906, cuando le ofrecieron la posibilidad de intervenir en la delimitación de las fronteras de Bolivia. Los límites entre dicho país y Brasil estaban en disputa, y se recurrió a la Royal Geographic Society como entidad imparcial, para que los topografiara y trazara. Los primeros viajes de Fawcett se centraron en este objetivo geográfico.
Libro de textos recopilados por Brian Fawcett
Principios en Bolivia. La historia de las exploraciones de Percy Fawcett fue recopilada por su hijo pequeño, Brian Fawcett, que reunió sus cuadernos de notas, ensayos y cartas en un libro titulado “Exploration Fawcett”, publicado en España como “A través de la selva amazónica” (Ediciones B). La obra recoge las peripecias del militar en las ocho expediciones que emprendió entre 1906 y 1925. El oficial de artillería convertido en topógrafo recorrió las fronteras de Bolivia, Perú, Argentina y Brasil, donde en las regiones amazónicas observó los estragos causados por la fiebre desencadenada por la extracción y comercialización del caucho. "La falta de restricciones convertía esa zona en el terreno de cazar perfecto para granujas y cazadores de fortuna", se lamentaba. Aunque la esclavitud era ilegal, seguía practicándose. "Las incursiones contra los salvajes, encaminadas a capturar esclavos, constituían una práctica habitual”, afirmaba Fawcett. “La idea imperante de que el “bárbaro” no era mejor que un animal salvaje explicaba muchas de las atrocidades perpetradas contra aquél por los degenerados que eran los jefes de las barracas". A pesar de sus propios prejuicios raciales, el militar inglés tenía buen concepto de los indígenas: "Yo conocí más tarde a los indios Guarayos y los encontré inteligentes, sanos e infinitamente superiores al indio “civilizado” y borracho de los ríos. Cierto, eran hostiles y vengativos; ¡pero piénsese en las provocaciones de que eran objeto! Mi experiencia me ha demostrado que pocos de estos salvajes son “malos” por naturaleza, a menos que el contacto con los “salvajes” del mundo exterior les haga serlo".
Leyendas de la selva. Los relatos de sus primeras expediciones son una auténtica novela de aventuras selváticas en la que no faltan las clásicas historias de hombres devorados por las pirañas en un santiamén, avistamientos de animales extraños, algunos inverosímiles (una anaconda de 18 metros), emboscadas de "tribus salvajes" (que él procura resolver siempre sin recurrir a las armas) y hasta fenómenos paranormales, de los que era firme creyente, como el ataque de un “poltergeist” en una choza. "En los viajes por la selva la muerte nunca anda lejos. Se manifiesta de muchas formas, la mayoría de ellas horribles, pero algunas tan aparentemente inocuas que apenas llaman la atención, aunque no por eso son menos mortíferas". Fawcett no aclara en qué momento empezó a interesarse por las leyendas sobre ciudades perdidas en las selvas brasileñas. "En aquel entonces me hallaba muy ocupado con las exigencias del trabajo topográfico, y sólo cuando prácticamente lo hube terminado descubrí que el brote de la curiosidad arqueológica se había desarrollado y había florecido", anota sin más precisiones. En 1910, escribió en uno de sus informes a la Royal Geographical Society que había oído durante sus exploraciones testimonios de encuentros en la selva profunda con unos "indios blancos de pelo rojo", que él identificó con los supervivientes de una antigua civilización desaparecida.
Entrada de "Z" imaginada por Brian Fawcett
La teosofía. Como muchos ingleses cultos de la época, Fawcett se interesó por la teosofía, movimiento esotérico impulsado por la ocultista rusa Helena Petrovna Blavatsky, que ofrecía una versión “alternativa” (y bastante embrollada) del pasado remoto de la Humanidad que incluía la existencia de civilizaciones primigenias desaparecidas como la Atlántida. Su hermano mayor, Edward (1866–1960), era un teósofo convencido y algunos de sus amigos estaban muy influidos por las doctrinas defendidas por Blavatsky y sus seguidores, como los novelistas Sir Arthur Conan Doyle, que escribiría su “El mundo perdido” a partir de las historias que le contó Fawcett, y Sir Henry Rider Haggard, autor de “Las minas del rey Salomón”. Precisamente fue este escritor quien le proporcionó una de las pistas de las ciudades del Amazonas: una escultura de unos veinticinco centímetros de alto, labrada en una pieza de basalto negro, que según él tenía inscritos varios caracteres sobre el pecho y alrededor de los tobillos, y procedía de una de las ciudades perdidas del Amazonas.  Fawcett puso la estatuilla en manos de médiums y psicómetras para que "captaran" reflejos psíquicos de su pasado, una “técnica” que no sirvió precisamente para que la comunidad científica confiara en sus investigaciones. Según sus fuentes paranormales, la figura, que era "maléfica", provenía del continente perdido de la Atlántida, situado entre Brasil y África, y desaparecido en tiempos remotísimos a causa de un cataclismo que cambió la configuración de toda Sudamérica en cuestión de días. "La relación entre la Atlántida y algunas partes de lo que hoy es Brasil no debe descartarse a la ligera, y creer en ella -con o sin corroboración científica- permite explicar muchos problemas que, de otro modo, seguirían siendo misterios sin resolver", argumenta.
Uno de los folios del Manuscrito 512
El Manuscrito 512. La otra prueba que le convenció de la existencia de ciudades perdidas fue un documento que actualmente se conserva en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro: el Manuscrito 512. El texto, cuyo título real es “Relación histórica de una oculta y grande población antiquísima, sin moradores, que se descubrió en el año de 1753”, es un informe dirigido al virrey por parte del jefe de una expedición de “bandeirantes” portugueses. El texto comienza explicando que la partida llevaba 10 años recorriendo el “sertão”, los grandes territorios inexplorados del interior, y que después de un larguísimo viaje descubrirían una cordillera de montes tan alta que parecía que llegaban a la región etérea, que interpreto como envuelta en brumas o niebla, como muchos picos de la selva amazónica, y cerca de allí, el equipo divisó una gran población que por su tamaño, pensaron que sería alguna ciudad de la corte de Brasil. El nombre del autor de la carta se ha perdido a causa de la acción de las termitas, pero fue bastante preciso en sus indicaciones de cómo llegar a dicha ciudad y su descripción. El acceso era por "tres arcos de gran altura, el del centro mayor y los dos de los lados más pequeños; sobre el grande, el principal, divisamos letras, que no pudimos copiar por la gran altura (del arco). Detrás del pórtico se extendía una gran calle flanqueada por casas, algunas derruidas. Varios edificios estaban abovedados y el eco de las voces de los exploradores "atemorizaba". La calle desembocaba en "una plaza regular", en cuyo centro había "una columna de piedra de grandeza extraordinaria, y sobre ella la estatua de un hombre de altura normal, con (…) el brazo derecho extendido, señalando el Polo Norte con el dedo índice. En cada esquina de esta plaza había una aguja a imitación de las que construían los romanos, algunas en mal estado, y partidas, como heridas por algunos rayos". El texto fue descubierto en 1839. La supuesta evidencia de una gran civilización autóctona prehispánica hizo que fuera tomado en serio y se llevaran a cabo varias expediciones infructuosas para localizar las ruinas. Sin embargo, para cuando el documento cayó en manos de Fawcett los eruditos brasileños ya habían llegado a la conclusión de que era un relato ficticio.
Percy Fawcett (segundo por la izquierda) con parte de su grupo
Tras la ciudad perdida. Pero el coronel explorador creía a pies juntillas en la realidad de lo narrado en el Manuscrito 512. Durante sus expediciones había recopilado relatos de nativos, caucheros y hacendados acerca de ruinas misteriosas y ciudades abandonadas: "Sé que la ciudad perdida de Raposo -nombre que Fawcett da al autor del texto de 1753- no es única en su género. En 1913, el cónsul británico en Río fue conducido a uno de tales lugares por un indio mestizo (...). También se distinguía por los restos de una antigua estatua colocada sobre un gran pedestal negro en el centro de una plaza". Sin embargo la búsqueda de Fawcett se vio interrumpida, ya que volvió a Europa para combatir en la Primera Guerra Mundial, pero tras la contienda, reanudó sus investigaciones. En Inglaterra había surgido cierto interés por su trabajo, pero no se le ofrecía ningún apoyo financiero. Al ser ganador de la medalla de oro de la Royal Geographical Society se le escuchó con respeto, pero conseguir que los caballeros de edad o los arqueólogos y expertos de los museos de Londres diesen crédito siquiera a una fracción de lo que contaba, era otra cosa. En 1920 regresó a Brasil para emprender su primera expedición en busca de la civilización perdida, a la que llamó “Z” por razones prácticas. El viaje, que se llevó a cabo en 1921, fue otro fracaso desde el punto de vista arqueológico. El explorador solo consiguió recoger testimonios y leyendas sobre fantasmales indios blancos, ruinas y edificios misteriosos situados siempre "más lejos", o "más allá del último asentamiento civilizado". En el rancho del coronel Hermenegildo Galvao le contaron que un jefe indio de la tribu de los Nafaquas, cuyo territorio se hallaba comprendido entre los ríos Xingú y Tabatinga, afirmaba conocer una ciudad habitada por indios, con templos y ceremonias bautismales. Los indios hablaban de casas con estrellas que las iluminaban sin apagarse jamás. También se contaban historias de un viejo castillo -considerado incaico, no lejos del río do Cobre- que antaño había contenido estatuas, pero que se hallaba muy deteriorado por las actividades de los buscadores de tesoros.

En Jequié, Fawcett conoció a un negro muy anciano llamado Elías José do Santo, antiguo inspector de la Policía Imperial brasileña y devoto partidario del emperador Dom Pedro. Como cortesía a su visitante, lo recibió ataviado con su viejo uniforme de gala, y le habló de las historias que sobre una ciudad perdida se contaban en el curso del río Gongori. Allí, se hablaba de unos extraños y esquivos indios pelirrojos y de piel clara, y de una ciudad encantada que atraía al explorador más y más cerca hasta que de repente, cual un espejismo, se desvanecía. En efecto, las ciudades perdidas se desvanecían cada vez que Fawcett llegaba a los lugares en los que debían de encontrarse sus ruinas. "¿Por qué hemos de suponer que las ciudades antiguas, si es que existen, deben estar necesariamente en la misma región donde se dan tradiciones que hablan de ellas?”, reflexiona el frustrado aventurero, llegando a la conclusión de que los indios no poseían un concepto de la distancia, lo que a veces producía la impresión de que algo lejano se hallaba relativamente cerca. El fracaso de la partida de 1921 le causó cierta desazón: "Después de la expedición al Gongogi, dudé por un tiempo de la existencia de ciudades antiguas, pero más tarde contemplé unos restos" -de los que no añade más datos- "que demostraban la veracidad de, como mínimo, una parte de los informes. Aún existe la posibilidad de que “Z” -mi objetivo principal-, con sus restos de población, resulte no ser otra cosa que la ciudad de la selva descubierta por la bandeira de 1753". Un primer intento de conseguir fondos para el siguiente viaje de exploración fracasó cuando el encargado de recoger el dinero en EE UU, un amigo del coronel, se lo gastó casi todo en una borrachera de seis semanas. En Londres, el propio Fawcett se hizo cargo de las gestiones y logró "atraer el interés de varias sociedades científicas", además de vender los derechos de publicación de la historia a la North American Newspaper Alliance.
Recorte de periódico de la época anunciando la desaparición de Fawcett
La última expedición. Por fin, en 1925 Fawcett pudo emprender la que creía que iba a ser su expedición definitiva. Convencido de que los grupos numerosos de exploradores eran vistos por los indios como una agresión, decidió viajar acompañado solo por su hijo mayor Jack, y el mejor amigo de éste, Raleigh Rimmell. La partida se completaba con dos asistentes locales que regresarían a la civilización cuando el grupo fuera a penetrar la selva inexplorada. En los capítulos finales de “A través de la selva amazónica”, Brian Fawcett reconstruye el viaje final de su padre a partir de las cartas que le enviaron los expedicionarios. El 20 de mayo, en una carta firmada en Puesto Bacairí (Mato Grosso), el coronel Fawcett relata el encuentro con un tal "jefe indio Roberto" que, bajo "los efectos relajantes del vino", le confirma la existencia de las ciudades y le explica que las construyeron sus antepasados. "Tiendo más bien a dudarlo -comenta el explorador-, pues Roberto, como los indios Mehinaku, es del tipo moreno o polinesio, y yo asocio las ciudades con el tipo rubio o pelirrojo". La última misiva está fechada el 29 de mayo de 1925. En ella el aventurero se muestra preocupado por Raleigh, que lleva la pierna vendada y se niega a regresar. "Calculo que entraremos en contacto con los indios dentro de una semana o diez días, cuando consigamos llegar a la cascada de la que tanto te he hablado”. La carta concluye con la frase “no debes temer ningún fracaso". Son las últimas palabras que se conocen del aventurero inglés, porque nunca más se volvió a saber del grupo. Desde que se dio a conocer la desaparición de Fawcett empezaron a florecer los testimonios de viajeros, exploradores y misioneros que aseguraban haberlo visto. Unos se lo encontraban convertido en un vagabundo enloquecido en un pueblo remoto, mientras que otros lo descubrían prisionero de una tribu salvaje. Otro explorador afirmaba que los tres expedicionarios habían sido asesinados por los indios Kalapalo. Unos encontraban a Fawcett estupendo de salud, mientras que otros se topaban con su cabeza reducida decorando la cabaña de un jefe indio. Pero las expediciones que se organizaron para dar con él o sus restos, por lo menos 16, nunca encontraron nada.
Nina Paterson
Para completar el cuadro, las inclinaciones místicas del desaparecido alimentaron las explicaciones 'alternativas', la primera de su propia esposa, Nina Paterson, que afirmó haber recibido hasta 1934 mensajes telepáticos de su marido, según los cuales estaba prisionero de los indios pero gozaba de cierta libertad y seguía trabajando. La médium irlandesa Geraldine Cummins escribió un libro en el que relataba sus contactos telepáticos con el aventurero, que había encontrado restos de la Atlántida pero había enfermado. Fawcett tuvo la gentileza de notificarle mentalmente su fallecimiento en 1948. La explicación más reciente, aportada por el director de documentales Misha Williams en 2004, añade más confusión, pues afirma que Fawcett y sus acompañantes simularon su desaparición para fundar en algún lugar inalcanzable de la selva una comuna basada en principios teosóficos. En cuanto a la ciudad perdida de “Z”, Brian Fawcett anotó en 1953 que "el área donde se suponía estaba ubicada ha sido sobrevolada regularmente en años recientes por las líneas aéreas del país, y nunca se han avistado rastros de una ciudad antigua". Él mismo realizó varios vuelos de exploración y solo encontró formaciones rocosas naturales que, desde lejos, parecían pirámides y torres.





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